El segundo y último párrafo entra de lleno en la ficción de los dos amantes; ya no hay ninguna referencia al acto de la lectura, sólo existe la historia de la pasión furtiva y el crimen liberador. La narración se precipita y arrastra al lector, las frases se reducen, se encadenan las coordinadas copulativas -y no ladraron (...), y no estaba (...), y entró (...)- se acumulan las polípotes -no debían ladrar, y no ladraron (...), no estaría a esa hora, y no estaba-. El ritmo narrativo se precipita y la sangre -otra vez la sangre-, galopa, como el corazón del asesino, como nuestro corazón de lectores que sabemos cómo se aproxima un desenlace inexorable. Atrapados definitivamente en esa trama criminal, en medio de ese frenesí, algo resuena en nuestra memoria de forma inquietante: unos árboles, el crepúsculo, el mayordomo... Un eco remoto que quizás nos pasa inadvertido pero que, quén sabe, quizás siembra en nuestro ánimo una extraña inquietud.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario